Desde niña, siempre me consideré una persona soñadora y con una gran imaginación. Me veía a mí misma viviendo en una casa con jardín, con un cuerpo saludable, un estilo propio, y éxito profesional. Visualizaba una vida con familia e hijos, y profesionalmente, me veía como una ejecutiva destacada y elegante, luciendo un traje de chaqueta. Sin embargo, al revisar mi vida en retrospectiva, entiendo ahora que, en algún momento, empecé a abandonar mi identidad para construir una personalidad que se adaptara a lo que otros esperaban de mí, hasta que, con el tiempo, dejé de reconocerme.
Es nuestra verdadera esencia, lo que realmente somos en lo más profundo de nuestro ser, un lugar donde prevalece el amor propio y el equilibrio interior.
Es lo que aprendemos y construimos a partir de lo que vemos, escuchamos y experimentamos. Durante la infancia y la adolescencia, moldeamos nuestra personalidad con base en las creencias y expectativas de nuestro entorno: familia, amigos, profesores, y sociedad. En este proceso, adoptamos una “personaja”, una voz interna que nos juzga y nos impulsa hacia la autoexigencia, guiándonos hacia cumplir las expectativas externas.
Con esta distinción clara, puedo retomar el relato de mi vida. Como soñadora, visualicé y co-creé muchas de las experiencias que viví: tuve mi casa con jardín, me casé, tuve dos maravillosos hijos y logré destacarme en el mundo empresarial, cumpliendo la imagen de éxito y estilo que había proyectado. Sin embargo, aunque parecía tenerlo todo, en mi interior sentía una desconexión profunda.
A nivel físico, aunque siempre intenté cuidarme, mi relación con el peso era una constante lucha. La obesidad y la ansiedad por la comida se manifestaban en mi entorno familiar, y aunque yo aplicaba disciplina y constancia, no conocía las bases de un verdadero autocuidado. Caí en hábitos insalubres y métodos extremos con tal de mantener mi figura, llevando mi cuerpo al límite.
Mi vida profesional, aunque exitosa, estaba impulsada por la autoexigencia. Me levantaba a las 6:00 AM, enfrentaba la competencia en un entorno dominado por egos, trabajaba largas horas, viajaba constantemente y apenas veía a mis hijos.
Mantenía este ritmo frenético y para sobrellevarlo, me refugiaba ocasional y socialmente en el alcohol, buscando llenar vacíos y anestesiar la insatisfacción de fondo, eso lo se ahora, antes no entendía nada.
Fue en ese momento que la vida me dio una lección ineludible: mis dos hijos enfrentaron una adolescencia complicada, con problemas de adicciones y episodios críticos que involucraron servicios sociales y múltiples intervenciones. Al principio, negué lo que estaba ocurriendo, pero la situación solo empeoraba. La crisis me llevó a un punto límite, afectando mi salud física y emocional: gané peso, desarrollé gastritis severa, perdí el control sobre mi salud y caí en una depresión velada.
Consciente de que debía sacar a mis hijos adelante, me comprometí a transformarme para poder ayudarlos. Comprendí que para recuperar el control de mi hogar, debía elevar mi nivel de conciencia. Como decía Einstein, “no se puede resolver un problema desde el mismo nivel de conciencia que lo creó”. Debía cambiar desde adentro.
Impulsada por esta visión y la advertencia de mi médico sobre el riesgo de cáncer de estómago si no cambiaba mis hábitos, comencé mi transformación. Inicié con la nutrición, aprendiendo a nutrir mi cuerpo con alimentos adecuados y estudiando sobre dietética. Este cambio me devolvió la energía y el autoestima, impulsándome a profundizar más en el bienestar físico a través del ejercicio, encontrando en el entrenamiento de fuerza y el levantamiento de pesas una forma de conectar con mi cuerpo de manera auténtica y poderosa.
Mientras trabajaba en mi cuerpo, comencé también a nutrir mi mente. Escuchaba podcasts, asistía a eventos de desarrollo personal y me rodeaba de personas que inspiraban una vida diferente, llena de propósito. Buscaba activamente nuevas perspectivas y herramientas que me permitieran reconstruirme y crear un estilo de vida coherente, en sintonía con mi verdadera esencia.
Eventualmente, adopté el autoamor como motor, transformando la autoexigencia en un cuidado consciente y genuino. Participé en un programa de autoconocimiento y auto empoderamiento, que me abrió a prácticas como la meditación, la biodanza y el trabajo con mi niña interior. Esto me llevó a un despertar espiritual profundo, donde me reconecté con mi identidad, mi propósito, y experimenté un amor por mí misma que antes desconocía.
Después de esta etapa de despertar emocional, comprendí que debía sanar mi cerebro físico, que había estado en un estado crónico de estrés. Mi mente estaba dispersa, incapaz de realizar tareas simples, y comprendí que debía trabajar en mi cerebro a nivel cognitivo. Me formé en el Método Neurofitness ® by Catalina Hoffmann y en Programación Neurolingüística (PNL), entrenando mi cerebro para crear nuevas conexiones neuronales y construir hábitos sostenibles desde el amor y la consciencia.
Este proceso me llevó a una decisión trascendental: dejar el mundo empresarial para dedicarme a ayudar a otras mujeres que, como mi antigua yo, viven en la desconexión y la autoexigencia. Mujeres que se han perdido en algún punto del camino y desean recuperar su vida, su salud, y su identidad.
Hoy, mi propósito es compartir y enseñar este camino de transformación a través de mi Método Me ® – Mujer Estoica, un programa integral que abarca cuerpo, mente y alma. Mi misión es guiarte a vivir en coherencia, recuperar el control de tu vida y construir un estilo de vida saludable y equilibrado, desde el ser, no desde el hacer, y desde el amor, no desde el miedo.
Mi visión y mi pasión es acompañarte en este viaje de reconexión, para que puedas vivir desde tu esencia, liderando tu vida con autonomía, plenitud y propósito.
Te enseñaré a escucharte, a identificar lo que realmente necesitas y a elegir desde la coherencia, no desde la carencia. Esto no es un programa para contar calorías, es un viaje hacia una nutrición que sana, equilibra y potencia tu vida.